Aquel hombre del taller mecánico siempre
llevaba puesto un mono azul. Era alto,
delgado y llevaba una barba espesa, rizada,
de color castaño oscuro.
Cuando la muchacha pasaba por delante
del taller con sus padres, el hombre (tal vez
fuera sólo un chico joven) siempre saludaba.
Alguna vez la familia se paraba a hablar
con él y la niña se escondía detrás de su
madre, antes de que el hombre barbudo le
hablara:
- Hola, guapa.
- ...
- Niña! responde, no te escondas, qué te
pasa? -le decía su madre.
- Déjela, creo que la barba le da miedo -le
decia el chico, un poco apenado, a la madre.
La niña estaba avergonzada, no sabía el
motivo. Aquel hombre nunca le hizo nada
malo, siempre la saludaba con una sonrisa.
Se sucedieron los años y ella pasaba delante
del taller controlando dónde se encontraba
el mecánico, para pasar zumbando y con la
cabeza gacha. Siempre indagaba dónde estaba él, pero evitaba mirarle a los ojos.
El mecánico seguía enfundado en su mono
azul, pero ya no miraba para saludarla.
Un día como tantos, ella volvía del instituto
a su casa, con la cabeza mirando al suelo a
su paso por delante del taller. Pero, en ese
preciso instante alzó la cara, miró dentro y
pronunció un "hola" sin aminorar el paso.
Él se quedó mudo.
La muchacha comprendió ese día que se
estaba haciendo mayor, que podía superar
su timidez y que el hombre del mono azul
era muy atractivo.
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