No te muestres, no sientas, no confíes; siempre a la defensiva.
La coraza la protegía del exterior impidiendo que lo nocivo la dañase.
Ya no se la quitaba, llevaba su peso; la aligeraba de cargas peores.
Era un arma de doble filo, nada malo entraba, nada bueno tampoco.
No se mostraba, no sentía, no confiaba; siempre a la defensiva.
Un día amaneció con la coraza agrietada, poco a poco iba cediendo; hasta caer.
Sintió miedo, un sudor frío, pérdida del control e incertidumbre.
Empezó a emocionarse, a sentir y dejarse llevar. Fluir, expandirse; y lloró.
Volvió a ponerse la coraza agrietada y otra más. Aunque no le dió calor, no quería volver a sentir ese sudor frío.
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